En un estudio de casos y controles publicado en forma de comentario en The Lancet Oncology, los investigadores señalan que teniendo en cuenta el alto índice de mortalidad de los pacientes de cáncer que contraen el virus SARS-CoV-2, los beneficios de la vacunación parecen superar los posibles daños
Israel ha sido uno de los países líderes en vacunación contra el COVID-19. Con una población de nueve millones, el país ya ha vacunado a aproximadamente cinco millones de personas. El principal inmunizador utilizado es NT162b2, una vacuna de ARNm que confirió una protección del 95% contra el COVID-19 en personas ≥ 16 años. La seguridad durante una mediana de dos meses fue similar a la de otras vacunas víricas [1].
Según informaron los investigadores, la política institucional de la División de Oncología del Tel Aviv Sourasky Medical Center (TLVMC) y de la Unidad de Oncología del Centro Médico Bnei-Zion, Haifa, permitió y fomentó la vacunación de todos los pacientes con cáncer en tratamiento activo. Solo se excluyó de la campaña de vacunación a los pacientes con infección previa por COVID-19, así como a aquellos con infección activa o eventos adversos actuales relacionados con la inmunidad.
El análisis incluyó a 134 pacientes en tratamiento con inhibidores del punto de control inmunitario que recibieron ambas dosis de la vacuna en las dos instituciones, así como a 134 personas de control sanas de la misma edad y sexo que también fueron vacunados.
Los efectos adversos más comunes en la población con inmunoterapia después de la primera dosis de BNT162b2 fueron acontecimientos locales, con un 21% de dolor en el lugar de la inyección. Los efectos sistémicos incluyeron fatiga (4%), dolor de cabeza (2%), dolor muscular (2%) y escalofríos (1%).
Después de la segunda dosis de la vacuna en pacientes que recibieron inmunoterapia, cuatro (3%) ingresaron en el hospital: tres debido a complicaciones relacionadas con el cáncer y uno por fiebre. Todos fueron dados de alta después del tratamiento.
Los efectos adversos locales más comunes de la vacunación fueron dolor local (63%), hinchazón local (9%) y erupción local (2%). Los efectos sistémicos, a su vez, fueron dolor muscular (34%), fatiga (34%), cefalea (16%), fiebre (10%), escalofríos (10%), complicaciones gastrointestinales (10%) y síntomas similares a los de la gripa (2%). Ninguna reacción adversa requirió hospitalización o cualquier otra intervención especial.
En general, se produjeron reacciones adversas sistémicas en el 32% de los 116 pacientes tratados con inhibidores del punto de control inmunitario y en el 44% de los 18 que recibieron inmunoterapia más quimioterapia (prueba χ2 P = 0,29). No se observaron nuevas reacciones adversas relacionadas con el sistema inmunitario.
No se observaron diferencias significativas en la incidencia de acontecimientos adversos sistémicos después de la segunda dosis entre los pacientes frente a los controles para fatiga (P = 0,76), cefalea (P = 0,52), fiebre (p = 0,21), efectos gastrointestinales (P = 0,29), escalofríos (P = 0,70) o síntomas gripales (P = 0,32). El dolor muscular fue significativamente más frecuente entre los pacientes (P = 0,024), pero no se observó miositis relacionada con el sistema inmunitario.
Los investigadores concluyeron que los datos apoyan la seguridad a corto plazo de la vacuna BNT162B2 ARNm COVID-19 en pacientes con cáncer tratados con inhibidores del punto de control inmunitario. Sin embargo, es posible que se identifiquen efectos secundarios poco frecuentes cuando se investigan cohortes más amplias. Teniendo en cuenta el alto índice de mortalidad de los pacientes de cáncer que contraen COVID-19, los beneficios de la vacunación parecen superar los posibles daños.